Estoy
cansada de que me digan lo que tengo que hacer o, lo que es peor, de
que se atrevan a decirme si está bien o mal. También me da coraje que
alguien venga a decirme cómo estaría mejor que lo hiciera y cómo no
debería hacerlo. A partir de ya, voy a permitirme lo que necesito sin
esperar permisos.
Me parece muy constructivo que una persona cercana trate de aconsejarme cuando preciso ayuda. O, por ejemplo, que me de su opinión siempre y cuando no busque hacerme daño. Sin embargo, no voy a dejar más que alguien me juzgue ni que decida cómo tengo que vivir mi vida, sobre todo si no sabe nada de ella.
La autonomía no puede negarse
Es muy fácil cuestionar al resto, ya que cada persona tiene una forma de comportarse única y una esencia determinada. De hecho, si alguien alguna vez te ha dicho que eres especial, no se equivocaba. Lo eres por tu forma particular de ver el mundo y estar en él.
Yo tengo mis gustos propios, mi experiencias personales, mis jerarquía de valores
íntima y no es mejor ni peor que la de nadie. Nadie sabe mejor que yo
qué he vivido, qué me ha hecho ser o pensar así y no de otra manera ni
cuánto puede hacerme sentir mal que se me critique por entretenimiento.
Es más, mi autonomía nadie puede negármela porque tenemos derecho a ser libres siempre y cuando respetemos a los demás. En ello se sostiene cualquier relación, incluso la más cordial: consideración y tolerancia hacia las decisiones de los demás.
En
otras palabras, comparto mi vida con las personas que me gustan por
cómo son de verdad y eso es algo que no voy a cambiar. Quién me quiere
sabe qué es lo que necesito y no se atribuye el poder de darme o
quitarme permiso para conseguirlo, pues no necesito que comprendan mis motivos, necesito que con afecto los respeten.
El precio de intentarlo
En mis decisiones diarias puedo equivocarme, por supuesto, pero nacemos con la posibilidad del error y la virtud de aprender de él.
Digamos que quiero disfrutar del precio de intentar algo y no de
quedarme con las ganas porque a otra persona no le parezca correcto.
Por fin me he dado cuenta de que la palabra decisiva que me lleve a explorar el mundo es mía. Que si quiero probar, soy libre para hacerlo. Esto es, aunque me lleve conmigo una herida emocional que me marque para siempre, quiero ser yo la única culpable de ella.
Si
no lo hago y me dejo llevar por los demás, al final puede que no haya
herida pero sí arrepentimiento. Me arrepentiría cada día de no haber
tenido la suficiente valentía para defender mis intereses y luchar por ellos.
Mañana solo yo recordaré lo que haga con mi vida
De
esta manera, si tienes unos valores y unas ideas firmes pelea por
ellas. Busca la forma de que las críticas o los juicios caigan en saco
roto si no van a aportarte ningún beneficio. Pues, en definitiva, el único método para darle sentido a lo que hacemos es el de actuar conforme a lo que llevamos dentro.
Es
verdad que en el momento presente duele que alguien se inmiscuya allí
dónde no lo han llamado, pero en el momento futuro solo uno mismo
recuerda las consecuencias de sus actos. La otra persona opinará, te
dirá, juzgará y se olvidará.
No hay tiempo suficiente para perderlo haciendo algo que no quiero hacer por “el qué dirán“.
No hay tiempo suficiente para sentirme mal porque a alguien no le
parecen acertadas mis decisiones. En resumen, no hay tiempo para no
buscar lo que necesito y darme la oportunidad de vivirlo.
Imágenes cortesía de Pascal Campion
Cristina Medina Gomez
lamenteesmaravillosa.com
Cristina Medina Gomez
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