Cuentan que había una vez un Samurai que vivía en la isla de Hokaido al norte de Japón, el era un señor feudal propietario de grande extensiones de tierras y por lo tanto tenia muchisimos súbditos, después de mil batallas defendiendo y comandando las tropas del emperador decidió volver a su tierra natal y contraer matrimonio, el era muy apuesto y pronto se supo en toda la isla que estaba buscando esposa.
Por su palacio pasaron las mujeres más hermosas de toda la isla y de otras islas más lejanas; muchas le ofrecían además de su belleza y encantos, muchas riquezas, pero ninguna lo satisfacía tanto como para convertirse en su esposa.
Cierto día, llegó una mendiga al palacio del samurai con mucha lucha consiguió una audiencia.
Cierto día, llegó una mendiga al palacio del samurai con mucha lucha consiguió una audiencia.
“No tengo nada material que ofrecerte, solo puedo darte el gran amor que siento por tí” le dijo: ” Sí me permites puedo hacer algo para demostrarte ese amor”.
Esto despertó la curiosidad del samurai, quién le pidió que dijera que era eso que podía hacer.
Esto despertó la curiosidad del samurai, quién le pidió que dijera que era eso que podía hacer.
Pasaré 100 días en tu balcón, sin comer ni beber nada, expuesta a la lluvia, al sereno, al sol y al frío de la noche. Si puedo soportar estos 100 días, entonces me convertirás en tu esposa.
El samurai, sorprendido más que conmovido, aceptó el reto. Le dijo: Acepto, si una mujer puede hacer todo esto por mí, es digna de ser mi esposa.
Dicho esto, la mujer comenzó su sacrificio.
Empezaron a pasar los días y la mujer valientemente soportaba las peores tempestades. Muchas veces sentía que desfallecía del hambre y el frío, pero la alentaba imaginarse finalmente al lado de su gran amor.
De vez en cuando el samurai asomaba la cara desde la comodidad de su habitación, para verla y le hacía señas de aliento con el pulgar.
De noche la temperatura bajaba a muchos grados negativos y esto en si debía ser de una gran dureza, pues ella no tenía ni una simple manta.
Así fue pasando el tiempo, 20 días, 50 días, la gente de la isla estaba feliz pues pensaban: ¡Por fin tendremos una esposa para nuestro señor !…90 días.. y el samurai continuaba asomando su cabeza de vez en cuando para ver los progresos de la mujer. “Esta mujer es increíble” pensaba para sí mismo, y volvía a darle aliento con señas.
Al fin llegó el día 99 y todos los habitantes de la isla empezaron a reunirse en las afueras del palacio para ver el momento en que aquella mendiga se convertiría en la esposa del Samurai. Fueron contando las horas, a las 12 de la noche de ese día, tendrían boda.
La pobre mujer estaba muy desmejorada; había enflaquecido mucho y contraído enfermedades. Entonces sucedió. A las 11 de la noche del día 100, la valiente mujer se rindió, y decidió retirarse de aquel palacio. Dio una triste mirada al sorprendido samurai, y sin decir una sola palabra se marchó.
¡ La gente estaba conmocionada! ¡Nadie podía entender porque aquella valiente mujer se había rendido faltando solo una hora para ver sus sueños convertidos en realidad. Había soportado tanto!
Al llegar a su casa, su padre se había enterado ya de lo sucedido. Le pregunto: ¿ Porqué te rendiste a solo instantes de ser la esposa del gran samurai?
Y ante su asombro, ella respondió: Estuve 99 días y 23 horas en su balcón, soportando todo tipo de calamidades y no fue capaz de liberarme de ese sacrificio. Me veía padecer y solo me alentaba a continuar, sin mostrar siquiera un poco de piedad ante mi sufrimiento. Esperé todo este tiempo un atisbo de bondad y consideración que nunca llegaron. Entonces entendí: una persona tan egoísta, desconsiderada y ciega, que solo piensa en sí misma, no merece mi amor!
MORALEJA: Cuando ames a alguien y sientas que para mantener a esa persona a tu lado tienes que sufrir, sacrificar tu esencia y hasta rogar… aunque te duela, retírate.
Y no tanto porque las cosas se tornen difíciles, sino porque quien no te haga sentir valorado, quien no sea capaz de dar lo mismo que tú, quien no puede establecer el mismo compromiso, la misma entrega…simplemente NO TE MERECE.
Y no tanto porque las cosas se tornen difíciles, sino porque quien no te haga sentir valorado, quien no sea capaz de dar lo mismo que tú, quien no puede establecer el mismo compromiso, la misma entrega…simplemente NO TE MERECE.
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